Los hechos ocurridos me demostraron que la maternidad de la Virgen es verdad. El amor del Padre Pío supo darme tal certeza. Recuperé la alegría perdida y el deseo de darla a quien no la tiene, al mismo tiempo que crecía en mí la seguridad en el amor de la Madre de Dios.
La víspera de Navidad de 1956 volví a San Giovanni Rotondo. En la estación de Foggia encontré a una señora anciana muy amable: la Baronesa Bianca Remy de Tunicque, de Roma. Después de intercambiar algunas impresiones me mostró mucha simpatía y seguimos juntos hacia San Giovanni. Pasé unas Navidades alegres entre el amor del Padre y la amable compañía de la Baronesa que, al partir, me invitó cordialmente a hacerle una visita en Roma.
El interés común por las cosas del espíritu, el amor de Dios y del Padre Pío, crearon un vínculo muy profundo de amistad fraterna entre la señora Remy y yo.La constante búsqueda de Dios, la alegría y el entusiasmo excepcional le daban a esta señora, de unos setenta años de edad, tanta vitalidad que en su compañía las horas transcurrían como si fueren minutos.
Después de la ceremonia religiosa del 26 de diciembre de 1956, se reunieron alrededor del Padre Pío, en el pasillo del convento, un gran número de personas venidas de toda Italia y del extranjero. Yo no pude acercarme al Padre, pero a pesar de la distancia pude oír algunas palabras de la conversación entre el Padre y varios distinguidos prelados y laicos.
Comprendí que algunas de estas personas el pedían al Padre Pío una aclaración sobre una cuestión muy difícil e importante relacionada con las Sagradas Escrituras. No me fue posible oír cuál era cuestión planteada al Padre Pío. Oí en cambio claramente la respuesta del Padre que, dirigiéndose hacia los señores, dijo: "¿Los intelectuales complicáis demasiado las cosas! Yo sabría daros la respuesta sobre la cuestión de los ángeles. Pero guardo la respuesta en mi corazón y no puedo decírosla a vosotros".
Poco después estaba delante de la chimenea del hotel donde un señor distinguido se presentó cortésmente; era un alto magistrado de Roma.
El abogado me preguntó si había estado presente durante la conversación del Padre Pío con algunos teólogos. Me dijo cuál era el pasaje de la Biblia sobre el que le habían pedido una aclaración.
El abogado habló conmigo algunas horas, volviendo frecuentemente al pasaje tan interesante y difícil de resolver. Intenté distraerlo inútilmente de su argumento espiritual con otros temas.
A la mañana siguiente, después de la Santa Misa, el Padre Pío me explicó el pasaje, aunque yo no se lo había pedido.
El Padre me dijo:
"Transmite la aclaración que te he dado acerca del pasaje sobre los ángeles sólo al abogado de Roma". Una hora después vi de nuevo al abogado en el bar del hotel. Le expliqué con las palabras textuales del Padre Pío lo que tanto deseaba saber sobre aquel pasaje.
El abogado lloró de emoción y al día siguiente, cuando salía hacia Roma, me invitó a visitarlo en su ciudad. El 1 de enero de 1957 saludé al amado Padre Pío y volví a San Matteo della Decima.
Dos meses después, a primeros de marzo de 1957, me encontraba de nuevo en el pasillo de San Giovanni Rotondo. El Padre hablada con el alcalde y el padre guardián del convento.
El alcalde le decía al Padre Pío que la petición del ayuntamiento de San Giovanni Rotondo respecto a la "Cassa del Mezzogiorno" de Roma con vistas a la financiación de los trabajos de las calles y otros arreglos urgentes había sido rechazada. Sin quererlo, oía las palabras del alcalde, situado detrás del Padre. De repente el Padre Pío se giró hacia mí y me dijo: "Debes ir a Roma y ocuparte de este asunto en la Cassa del Mezzogiorno". Totalmente sorprendido, le respondí: "Padre, yo no conozco Roma y no tengo amigos que me puedan ayudar en este asunto".
El Padre con dulzura y seguridad me dijo: "No debes cruzar el océano para ir a Roma. Vé enseguida. Yo te acompañaré con la bendición de Dios". El alcalde y el padre guardián me pusieron al corriente de la situación y lo que tenía que solicitar a la "Cassa del Mezzogiorno". Salí ese mismo día hacia Roma, acompañado tan sólo por la fe en la guía del Padre Pío.
En el tren hacia Roma me encontré con un joven abogado. Hablamos mucho de temas diversos. Antes de bajar en la estación de Roma, el abogado me quiso dar su dirección, invitándome a acudir a él si tenía necesidad de ayuda. El abogado era experto en peticiones a la "Cassa del Mezzogiorno"; trabajaba en las oficinas del Alto Comisariado para el Turismo. En Roma, que no conocía, fui recibido afectuosamente por la Baronesa Remy. Me dirigí a la "Cassa del Mezzogiorno" acompañado por las personas de autoridad que acababa de encontrar: una en el tren y la otra en Roma el día de mi llegada.
Al cabo de algún tiempo recibí en Bolonia una carta, que aún conservo, del vicepresidente de la "Cassa del Mezzogiorno". Me comunicaba que se había aprobado el proyecto de financiación para los trabajos de las calles en la plaza del convento y para otras obras.
Del 1957 a 1958 fui a San Giovanni Rotondo casi una vez al mes. Después de las confesiones el Padre Pio me decía: "¡Vé a Roma!".
Yo no entendía por qué tenía que ir a Roma. Obedecía al deseo del Padre y me dirigía allí, cada vez con más entusiasmo. Sin embargo, mi casa seguía siendo San Matteo della Decima. Muchos amigos de Roma y de otros ciudades, venían a verme allí.
En Decima se había formado un grupo de buenos colaboradores. Entre ellos se encontraba Primo Capponcelli , que más tarde se convirtió en guía de un grupo de gente que deseaba tener contacto y ayuda espiritual del querido Padre Pío. Los habitantes de San Matteo della Decima acogieron con alegría la invitación - mía y de Primo - de ir a visitar al santo capuchino de San Giovanni Rotondo.
Le oración y la bendición del Padre produjeron abundantes frutos de gracia en muchas familias y, a través de éstas, en todos los habitantes de San Matteo della Decima. A este propósito recuerdo que también mi familia empezó a demostrar amor y solicitud por el Padre Pío. Prueba de ello es el hecho de que él, a pesar de los años transcurridos, se acordaba todavía de nuestras peticiones de oración y protección.
Entre Navidad y Año Nuevo de 1967-1968 estuve en San Giovanni Rotondo. Mi confesión con el Padre Pío duró más de lo habitual. El Padre me contó muchas cosas y, entre ellas, me advirtió que no debía ir a Roma para Año Nuevo, sino a Bolonia. Y añadió: "En 1968 tendremos que trabajar mucho... no tenemos tiempo que perder... etc.". Poco a poco fui entendiendo el significado de las palabras misteriosas que me dijo en esa confesión.
Efectivamente. La noche del 8 al 9 de abril, cuando cumplía 42 años, empezó para mí la revelación. El Padre empezó a inspirarme las páginas del Cuaderno del Amor.
A finales de abril le mandé un manuscrito del primer Cuaderno del Amor. él lo definió como: "Testamento-promesa de Gracias" que se darán, a través del espíritu de estas palabras, al alma del hombre que quiera acogerlas con todo el amor de su corazón.
Me aconsejó publicarlo lo antes posible y darlo a conocer al Santo Padre, a la jerarquía eclesiástica y al mundo. El 25 de mayo de 1968 se celebraba una fiesta en St. Louis, en los Estados Unidos, en honor del Sagrado Corazón de Jesús. El Padre Pío quería dar a conocer en aquella fecha el Cuaderno del Amor y se lo había encargado a su ferviente hijo espiritual, el célebre compositor y director de orquesta Alfonso D'Artega.
Por motivos que no conozco, el Maestro no pudo partir y el Cuaderno no llegó a América en esa fecha. Al Padre le dio mucha pena porque afirmaba que las palabras del Cuaderno eran una promesa de Gracia del Corazón de Jesús ofrecida a un mundo sin paz.
En Roma, en el mes de junio de 1968, los queridos amigos Ugo y Cecilia Ammassari y Michele Famiglietti publicaron una primera edición del Cuaderno del Amor sin prólogo.
Esto fue muy útil para mí porque el Padre Pío me había aconsejado darlo a conocer lo más pronto posible en Roma. Comprendí pronto el motivo de dicha prisa. Una tarde que me invitaron a casa del ingeniero P. Gasparri y, mientras presentaba la primera edición del Cuaderno del Amor a un selecto grupo de personas, una señora que tenía muchas relaciones con la vida religiosa de la capital examinó mi libro. Estaba asombrada de mi apasionado llamamiento al amor del Corazón Inmaculado porque, por aquel entonces, algunos eclesiásticos habían propuesto retirar de la Iglesia la devoción y las imágenes del Sagrado Corazón. Afirmaban que esta devoción, nacida en tiempos del Jansenismo , ya no era necesaria.
Poco tiempo después, otro buen amigo mío y devoto hijo espiritual del Padre Pío, Primo Capponcelli, de Decima de San Giovanni in Persiceto, quiso pubblicar una segunda edición del Cuaderno. Mientras tanto, yo había insistido al Padre Pío para suprimir algunas palabras y publicarlo anónimo. Pero me respondió: "No debes suprimir ninguna palabra, y, además, ¿por qué anónimo? Debes publicar tu nombre, con fotografías y el prólogo".
Así que apareció la segunda edición con una breve introducción y una gran tirada de ejemplares en agosto de 1968, gracias a la Editorial Instituto Padano di Arti Grafiche, de Rovigo.
Con ocasión del 50 aniversario de los estigmas, el 20 de Septiembre, Primo Capponcelli organizó una peregrinación de jóvenes a San Giovanni Rotondo para agradecer y festejar al Padre Pío.
Llevó consigo varios ejemplares del Cuaderno del Amor para enseñárselos al Padre y para que los bendijera. Con su sencillez de hombre de Dios, lleno de fe y sin malicia, empezó a distribuirlos entre los fieles congregados en San Giovanni. De repente, sin saber por qué, se le prohibió distribuirlo y hablar del libro. Delante de muchos testigos, Capponcelli defendió con ardor, pero en vano, el deseo expreso del Padre Pío.
En cambio yo, siguiendo el consejo del Padre Pío, no fui el 20 de septiembre a San Giovanni Rotondo, sino que fui a Chianciano-Terme con mi amigo Michele Famiglietti, de Roma. Nos alojamos en el hotel S. Antonio donde en aquel momento, estaban, entre otros frailes y sacerdotes, Mons. Giuseppe Bo y Mons. Leoncello Barsotti de Livorno. La mañana del 21 encontré en las termas a la Profesora Letizia Mariani, de Bolonia, una de las profesoras que me había ayudado a preparar la asignatura de literatura en el Instituto Aldini para el examen de ingreso en el Instituto Científico, en el lejano 1943.
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